El problema de la tierra y la vivienda es una realidad que nos esta
atravesando como país, así lo atestiguan los acontecimientos del Parque
Indoamericano en Buenos Aires, donde 17 mil personas ocuparon un terreno; los
reclamos en las rutas del Chaco de la organización
Toba Qompi; las tomas de tierras en
Tucumán, el acampe de los Qom, y las 700 familias en Jujuy que ocuparon un
predio en Libertador Gral. San Martín, son solo de algunos de los episodios que
han tenido lugar durante el último año.
Frente a este reclamo la única respuesta de los responsables que recibieron esas familias, sin una vivienda digna para vivir, fue siempre la
misma: la censura, el silenciamiento, la represión y la persecución.
Nosotros no podemos no escuchar ni ver
esos reclamos, nos negamos acostumbrarnos a que la gente viva en la calle; nos
negamos aceptar que se la ignore y golpe solo por pedir un techo para vivir
dignamente. Por eso, desde la escritura queremos acercanos a esta problemática,
pero no solo quedándonos en la esfera del arte sino también saliendo marchar junto con cada una de esas personas y familias que reclaman por un
hogar.
NO HAY HOGAR COMO EL HOGAR
“La tierra es nuestra vida”
Lema Qom
I
El olor a esencia de jazmín lo
tranquiliza. Palpa y siente la sábana de algodón, suave y tibia alrededor de su
cuerpo, protegiendo ese sueño un poco agitado. Abre apenas los ojos y divisa
dolorosamente los primeros rayos de sol en la habitación que se reluce en su
blancura. Sonríe y se acurruca. Vuelve a inspirar profundamente para sentir el
aroma a jazmín llegar a sus tripas. Se
emociona, el vértigo que le produce poder llevar tan lejos su somnolencia es
estremecedor. Vuelve a sonreír, le fascina la perfecta recreación de aquel
grueso colchón, de las sábanas limpias, del aire tan puro. Su divague lo
divierte, la tenue sonrisa es potencial
de carcajada, el inmenso regocijo lo hace temblar y se le contrae el cuerpo; se
ríe de sí mismo, de su ingenuidad lastimosa. Se revuelca y se ensucia. El
polvillo se dispersa y lo hace toser, le duele la espalda. Una vez más se
despierta congelado. La bolsa que cubría la ventana se había volado, el viento
lo despertó.
Roberta Alba
II
Mi boca
grita por un cigarrillo. Pie derecho en el aire, el traslado de peso hacia ese
mismo pie. Comienza el caminar. Esquivar un pozo, la baldosa floja que se
desquita con mi pantalón. Una leve torsión del cuello hacia la izquierda, ahora
hacia la derecha, el colectivo está lejos. Lo que alguna vez fue una esquina,
hoy son cascotes pisoteados por uno,
dos, 218 camiones. El bolsillo me devuelve el rostro un Mitre más arrugado que
de costumbre, y a medida que mi mano recolecta las monedas, mi caminar va perdiendo
su sonoridad. Un kiosco que contiene una
reja que contiene a un pibe al cual todavía le falta cumplir cuatro horas de
encierro, para luego salir corriendo a escuchar a un tipo viejo hablar sobre
como Napoleón hacia de las suyas en una Europa que no es la Europa de
ahora. Sobre la pared del mismo kiosco,
la publicidad de una gaseosa que concede felicidad. Un vuelto que vale un
caramelo que ahora se pega en mis dientes. Mis zapatillas que caminan por mí.
Atrás el pibe, atrás el cartel, atrás las huellas de los ahora 219 camiones. Mi
pulgar y la rueda del encendedor. Mi pulgar y la rueda del encendedor otra vez,
y la llama aparece. Cierro los ojos, es la primera seca. Mis zapatillas se
detienen frente al escalón. El mismo
mármol frío, pero parece haber cedido, encogiéndose unos centímetros. Como si
no pudiese contener nuevamente mi tamaño. Una voz que acompaña un cuerpo pide
permiso, acompañado de un baile improvisado, y me esquiva. Pisa mi cama, y con
llave en mano atraviesa la puerta del edificio.
Olivia Duatra
III
APREHENDIENDO
Que dos por
dos es cuatro. Que mi mamá me ama y que la vaca come pasto verde. Que si no
fuese por La Pinta, Santa María y La Niña, todavía estaríamos con taparrabos
hablando en un idioma inentendible. Que un caballo puede cruzar Los Andes y que
el aceite caliente es la mejor defensa contra unos hombres que hablaban en
algunos Yes y unos cuantos Hello. Que
las nenas son rosas y usan siempre pollera, y que los nenes son celestes, siempre
con los pantalones bien puestos. Que los perros son enemigos de los gatos. Que
los gatos comen ratones y que los ratones solo comen queso. Que las casas son
siempre de dos pisos, con muchas
ventanas y con una chimenea que siempre esta prendida, a pesar de que el día
esta con unas esponjosas nubes que apenas tapan a ese sol que siempre está feliz. Que siempre esta
hay cerca un árbol lleno de hojas verdes y que sus manzanas son siempre rojas.
Que siempre hay flores de diferentes colores sobre el pasto verde y que siempre
siempre siempre es así.
¿Siempre?
Un perro
flaco entra sin pedir permiso en la casa que no es de dos pisos, que no tiene
muchas ventanas, pero siempre que llueve se llena de agua. El sol acá no está
feliz y de esta casa no se desprende ese humo que siempre se asemeja a las
nubes. El árbol no da manzanas, el pasto no es pasto sino que siempre es
tierra. El aceite se usa para cocinar algunos fideos, el caballo siempre tira
del carrito. Dos por dos sigue siendo cuatro, mi mamá me sigue amando, y
comemos asado siempre que ninguno de mis hermanitos se enferme. Siempre.
Olivia Duatra
IV
Yo tengo
una casita que es así y así (algunos ladrillos, maderas de diferentes tamaños
y techo de chapa), y por la chimenea
sale el humo así y así (El calor que desprenda la garrafa), para entrar hay que
golpear así y así (Cinco aplausos y me asomo por cortina) y lustrarse los
zapatos así, así y así (La escoba destinada a juntar lo que ayer fue barro y
hoy es tierra seca).
Olivia Duatra
V
LÍNEAS
1.
Lluvia:
recordatorio de que la ambulancia al barrio no entra.
2.
Un pibe que se
bautiza, es aquel que cae en la zanja por primera vez.
Andrea Minimal