viernes, 26 de agosto de 2011

COMO UN LEÓN (PIQUETERO)*


Todas las mañanas me despierto unos segundos antes de que suene la bocina del tren. Ahí empieza mi día. El sonido atraviesa el barrio envuelto en las sombras y rebota contra los galpones cerca de las vías. Es un sonido grave y quejumbroso que suena como la trompeta de un ángel sobre un montón de ruinas. Entonces abro los ojos en la oscuridad y me digo, cuando todavía dura el sonido, "Levantate y camina como un león". No sé dónde lo escuché, porque a mí no se me ocurrió, a lo mejor en la tele, pero eso es lo que me digo cada mañana y para mí tiene sentido.
"Levantate y camina como un león"
Mi vieja me pregunta siempre en qué estoy pensando. Tengo siempre la cabeza tan llena de cosas que no me sorprendería si un día de estos salta en pedazos. La pobre pregunta porque en realidad cree que no pienso en nada. Estoy segura de que si supiera lo que pienso realmente se caería de espaldas. Digo esto, porque a nadie que me mire se le puede ocurrir que este tan llena de reflexiones.

Sin embargo, somos una familia de pensadores. Mi papá, con todo lo sinvergüenza que era, pensaba y decía cosas por el estilo, por ahí a él se lo escuche decir.
A veces, como hoy, me despierto bastante antes de que suene la bocina. Tendida en la cama, con la cabeza metida en la oscuridad, me siento como si estuviera sobre una balsa abandonada hace tiempo en medio del mar. Entonces pienso...
Mi mama se levanta y se mueve en la penumbra de la cocina. Desde la cama veo su rostro flaco y descolorido iluminado por la llamita zumbadora del calentador. Parece el único ser vivo en toda la tierra. Yo también estoy viva, pero en ese momento no soy nada más que una cabeza loca que piensa en la oscuridad.
Pienso en mi hermano, por ejemplo. Hace un par de meses que lo mataron. El botón vino y dijo con esa cara de hijo de puta que ponen en todos los casos, que había tenido un accidente. El accidente fue que lo molieron a palos. Fuimos en el patrullero con mamá hasta la 5° y ahí estaba mi hermano tendido sobre una mesa con una sábana que lo cubría de la cabeza a los pies. El botón levantó la sábana y vimos su cara, nada más que su cara, debajo de una lámpara cubierta con una hoja de diario. No solté una lágrima para no darles el gusto y además no se parecía a mi hermano. En realidad, no creo que haya muerto. Mi hermano era piquetero, estaba tan lleno de vida que no creo que un par de botones hayan podido terminar con todo eso. No me sorprendería que aparezca un día de estos y de cualquier forma, aunque no aparezca nunca más, para mí sigue tan vivo como siempre. Acaso más. Cuando digo que pienso en él en realidad quiero decir que lo siento y hasta lo veo y la mayoría de las veces no es otro que mi hermano el que me dice eso de que me levante y camine como un león.
También pienso en mi papa pero con menos frecuencia. También él está muerto. Mejor dicho, él sí que está muerto. Si lo veo alguna vez apenas es un rostro borroso y melancólico que se inclina sobre mi cama o, de pronto, se vuelve entre la gente y me pregunta, como la vieja, en qué estoy pensando. Nunca alcanzo a verlo entero y menos vivo e intenso como mi hermano, sin embargo hay algo de él en cada cosa que me rodea.
A él no le gustaban las marchas. Creo que hay algo que nunca alcanzó a ver. Y cuando estoy caminando al lado de mis compañeros, o cuando caigo a tierra y me veo sosteniendo nuestra bandera, siento una cosquilla, que creo que el nunca sintió, y es justamente ahí donde está mi padre.
Yo no sé qué pensarán los otros, digo los miles de tipos que putean desde los autos, pero lo que es yo no lo cambio por nada. Ahí está la vida, la mía por lo menos. Es el andar de los hombres por la dignidad, con la sangre que empuja debajo de su piel.
Mi vieja se da vuelta y mira hacia la oscuridad donde estoy acurrucada. Ella piensa que estoy dormida. Hay veces que no pienso en nada y la miro simplemente.
También pienso en mis compañeros. Tulio, Mary, el Negro. Cierro los ojos de vuelta y los veo, caminan adelante. Gritan, se empujan, se ríen, aunque no escucho nada. Miro las caras mugrientas a medio tapar. Se ven los ojos nomás. De repente uno se da vuelta y le brillan por el sol. Pero yo estoy en mi cama acostada y cuando quiero hablarles se alejan rápido, vuelvo a abrir los ojos y de alguna manera quedan flotando en el aire. Trato de pensar en cada uno por separado y entonces parecen otros tipos. A veces siento que los conozco de verdad, en conjunto. Cuando funcionamos como un todo. Y ahí me atacan las ganas de saltar de la cama, y encarar todo lo que el día me tiene preparado.
Como el león, justamente. Lo siento en mi cuerpo que crece. Y se me ocurre que podría verlo crecer en toda la gente del barrio, toda esa gente que empieza a moverse en ese mismo momento y no se pregunta qué será de ella el resto del día y menos el día de mañana sino que simplemente comienza a tirar para adelante. 
Me tomo unos mates y salgo para el trabajo. El barrio todavía está envuelto en la niebla y aquello parece el comienzo del mundo, cuando las cosas estaban por tomar su forma. Levanto la cabeza y respiro hondo, vuelvo a pensar en la movilización, hay un montón de gente que sale a la mañana a trabajar. Mientras tanto los grandes tipos duermen allá lejos en sus lechos de rosas y sueñan sus ganancias, con maneras de hacer que todo rinda más, con un ajuste nuevo, de sueldo, de cuello. Pero a la gente le cuesta entenderlo. Todo lo que piden de la vida es un pedazo de pan, una botella de vino y que no se les cruce un botón.
Una vez un compañero me dijo que el momento clave es cuando uno entiende que puede cambiar algo, pero no solo, en conjunto, organizándonos, así tardásemos mil años. Yo lo miré brevemente a los ojos y le dije que sí. En ese entonces no le creía, pero de cualquier forma lo dije de corazón, me pareció hermoso. Y ahora que lo creo, que lo veo, es eso lo que cada mañana me hace andar, veo su rostro por delante y hasta escucho su voz. Y vuelvo a decir que sí con la cabeza.
Son las siete y media. Los barrios están envueltos en una luz somnolienta. Uno nunca sabe cuanto va a durar pero de ser posible frenaría el mundo. A esta hora se ve mejor que en cualquier otra.
Cruzo las vías, me siento sobre una pila de durmientes y espero el tren. Planeo la tarde, pienso en las fechas importantes. Ahora se viene el 26 de Junio… Naturalmente, me acuerdo de Tulio, de Mary y por supuesto, de mi hermano. De todos los que se fueron. Es como si estuvieran ahí, a esa hora. Como si toda esa fuerza que embutían y propagaban hubiera quedado suelta en el aire, porque suspiro y siento que se me mete en la sangre. Y a lo mejor es eso. Es eso lo que me despierta todas las mañanas unos segundos antes de que suene la bocina. Cierro los ojos y me miran. Yo les sonrío. Sé que tarde o temprano iré tras ellos. Y hasta que llegue ese día, cada mañana la vida se me va a poner en frente y yo voy a saltar al camino. Como mi hermano, como Maxi, como Darío, como un león.mano, como Maxi, como Darío, como un león.

 * Basado  en el cuento de Haroldo Conti (1925-1976)  
Fragmento de una  intervención teatral